La plataforma de películas y series mas convocante publicó hace algún tiempo un documental llamado "El Dilema de las Redes", el mismo hace hincapié sobre la relación del ser humano y las redes sociales, lo cuál sin duda incluye la cantidad de tiempo que "prestamos atención" no importa cual sea el tipo de ordenador que poseas (tablet, Pc, Notebook, Celular, etc) en el, trabajadores de diferentes jerarquías y distintas compañías revelan los cruentos métodos que utilizan las aplicaciones para apropiarse de algo que hasta no hace mucho tiempo creíamos ingenuamente podía no tener valor alguno TU TIEMPO (Por favor no dejes de leer esta Nota)
La Estafa de las Redes
“Coincide un poco con la noticia de que lo único que progresa con el paso del tiempo, es la tecnología, el hombre no, siempre es el mismo…”
A medida que se acercaba el final de ese caluroso diciembre del 99, crecía el temor por lo que podría llegar a ocasionar unos de los más oscuros engaños del hombre (y mire que la Humanidad tiene flor de bibliografía en estas cuestiones), el llamado efecto Y2K. Los amarillistas de siempre ya se frotaban las manos presagiando desde el desbarajuste de todos los sistemas informáticos hasta el fin del mundo (mire si el fin del mundo va a coincidir justo, justo, justo con un año redondo como el 2000, no sea ridículo). El acceso a la tecnología en esos años era, sin dudas, un privilegio de clase, pero de alguna manera, la preocupación abarcó al conjunto social, incluso a los que ni siquiera teníamos un televisor blanco y negro.
Pero… no pasó nada y el 1° de enero del 2000 fue un día tan común y silvestre como todos los demás… ¿no pasó nada? ¿seguro?
La tecnología empezó a crecer y su uso, lentamente, llegó a ser masivo. Los televisores se volvieron cada vez más grandes y los celulares se volvieron cada vez más chicos. Poco transcurrió entre la desconfianza del Y2K y la necesidad absoluta de conectarse a algún dispositivo. Los temores eran infundados, la internet era segura y todos juntábamos moneda tras moneda para acceder a un mísero aparatejo, mientras el enemigo sonreía en las tinieblas.
“¿Cómo que se murió tu viejo? No lo vi en Feisbú…”
Las aplicaciones para conversar con gente que no estuviera en la misma habitación que uno empezaron a proliferar. En esos años, de golpe y porrazo, si no tenías la aplicación del momento, debías olvidarte de tener sexo (cosa que antes también pasaba, pero se lo atribuíamos a la propia fealdad o a la incapacidad de relacionarse sanamente con un tercero). Si no estaba publicado en las redes sociales, no existía. La falsa sensación de comunicación, de salvar las distancias geográficas y la necesidad de estar a la moda fueron convirtiendo a más de una generación en esclavos de la pantallita. Había que conectarse para saber lo que pasaba en el barrio, en la ciudad y en el mundo.
Las aplicaciones, por supuesto gratuitas, empezaron a ser más completas, a pedir más datos personales con la excusa de poder conocernos mejor. Y empezar a llenarse de publicidad, de alguna manera hay que bancarlas ¿no cree?
Y de golpe, en honor al Gran Adrián Stoppelman, uno se da cuenta que Pasan Cosas Raras con la tecnología. Le propongo un ejercicio, al mejor estilo Paenza: Tenga su celular a mano. Piense en un destino turístico exótico que le gustaría visitar si tuviera el dinero para hacerlo. Repítalo tres veces en voz alta, como si estuviera invocando a Bettlejuice. Chequee Feisbú y verá una publicidad invitándolo a viajar al referido destino.
Y, por si le queda alguna duda, entre a Google Earth y busque el lugar donde Usted está en este momento. Si cualquiera de nosotres puede verlo con una simple aplicación… ¿no le parece que los dueños de la misma pueden ver un chiquitín más que nosotres?
Ah, y no se olvide de seguirme en Feisbú.
“Une amigue me decía abrumado que si tenía otre hije, le iba a poner Tamagochi de nombre, a ver si así su compañere le daba un poco más de bola…”
Mauro Restelli
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