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Foto del escritorꜰᴇʀɴᴀɴᴅᴏ ɴᴏʏ

𝘓𝘶𝘯𝘢 𝘙𝘰𝘫𝘢

Actualizado: 30 jul 2022



Poco tiempo después de llegar a la aldea de pescadores situada solamente a casi dos kilómetros del pueblo de Arembepe se me veía tan distinto físicamente que hasta mi madre, al recibir aquellas primeras fotos, casi no lograba reconocerme a no ser por mi eterna sonrisa .

Atrás había quedado el gordito goloso con el que compartía su pasión por los dulces.

Aquí en la Aldea sin nombre por lo tanto con mayúscula, gracias a Mare terminé descubriendo el novedoso mundo de la macrobiótica cuando, además, Amor y Paz eran la consigna de todos los que nos aventurábamos a conocer esos lugares tan fascinantes como salvajes, silvestres y misteriosos, con la libertad absoluta como consigna llevada a la práctica, en todos los sentidos.

El arroz integral no era muy caro pero inmensamente más nutritivo y además, tan sabroso ; quizás porque aún tenía todos mis dientes y podía masticar tantas veces como fueran necesarias cada una de las delicias que Mare me enseñara a cocinar en panzonas ollas de barro con cucharones de madera y toda la parafernalia naturista dispuesta al borde de la simple cocina a leña con su lisérgica lengua de dragones tiznados , siempre dispuestos a renacer, saltando en chispas desde las rojizas brasas.

Una vez por semana, Mare, además del dinero en una pequeña bolsa marroquí, me entregaba la lista prolijamente escrita enumerando todo lo necesario hasta el próximo lunes.

Desde sal marina , misso , pasta de sésamo, al milagroso umeboshi en ciruelas negras resecadas , litros de soja, porotos aduqui , dátiles, higos, entre tantas otras exquisiteces que poco a poco iba descubriendo y quemaban mis grasas como el sol a la piel cada vez más oscura.

Ella, luego de que yo comenzara mi camino hacia el pueblo donde subía al omnibus que me llevaba a la ciudad; volvía a bañarse desnuda en el ardiente y dorado río que cruzaba la Aldea, flotando con su panza embarazada de varios meses , cerca al tan amado Agripino, también desnudo en el río color topacio destilado.

Muchos tenían por costumbre, antes del mediodía, colocar en sus orillas , huevos de gallina, codorniz e incluso tortuga que en menos de media hora ya estaban cocidos en el calor del agua quieta bajo un sol de mediodía.

Hasta que, imprevistamente , Mare y Agripino decidieron regresar a San Pablo para que allí naciera su primer hijo que aún no sabían sería mujer.

Nos despedimos con un exquisito banquete al uso nostro y después, fumadísimos de exquisita marihuna colombiana , fuimos hacia el mar donde Mare, eximia bailarina, entró como poseída , siempre a las risotadas y haciendo piruetas entre la espuma de las olas gigantes.

Quedé encargado del rancho hasta que regresaran.

Habían alquilado esa especie de cabaña de adobe y paja pagando apenas muy pocos dólares por toda la temporada.

Dos cuartos bien grandes sin puertas frente al living, piso de arena , una pequeña ventana frente a la cocina , además del enorme ventanal cubierto por cortinas de caracoles y por supuesto dos hamacas de red colgadas en lo que sería una especie de pasillo donde pasaban casi todo el tiempo levitando en posición flor de loto o recostados en extasis perpetuo .

Al principio, luego de llegar a la Aldea , pregunté quién estaría quemando tan delicioso incienso hasta que, siguiendo el rastro del perfume en el viento , emocionadísimo descubrí que simplemente era el aroma del mar atravesándolo todo, incluso esa ventana casi siempre abierta y por supuesto la puerta de entrada que jamás tuvo llave.

En verano arribaban viajeros desde todo el mundo. La mayoría hippies a los que graciosamente llamaban Andarillos y también los siempre infaltables turistas que permanecían en alguna posada u hotel del pueblo.

Durante el mes de enero , todas las chozas estaban ocupadas. Entonces iban apareciendo carpas como hongos silvestres por cualquier parte . Acampar nunca estuvo prohibido y además era gratis.

En cambio, luego de cada lluvia, otros hongos nacían sobre la bosta de los cebús que pasaban paseando en dulce manada y por allí vivían.

Pocos conocen el mágico y secreto poder de esos regalos con forma de paragua carnoso hasta su anillo negro alrededor dela base , marcando el límite donde se podían comer sin morir envenenado.

Después de que lloviera , al otro día yo salía temprano y en un par de horas volvía con la canasta repleta de hongos temblorosos , cubierta por una toalla mojada , como me habían enseñado algunos expertos en el tema.

Bacurá, nativo adolescente nacido en la misma aldea, se encargaba del boca a boca y enseguida nos los sacaban uno tras otro de las manos a precio muy barato. El pibe se llevaba su parte, yo guardaba algunos para uso personal y, a esperar la próxima lluvia o aguacero.

Justo enfrente a la choza de Mare, aparte del resto, se levantaba la primera y única casona en parte construida con ladrillos de adobe por Don Joao y su familia de nativos de origen africano nacidos en la aldea cuando aun no existía nuestra gran comunidad. Padre de Bacurá y dos hijas menores, sus primeros y originales habitantes.

Alli además había construido aquella larga mesa con tronco de coqueros atados por lianas fuertemente trenzadas debajo de una especie de galería bajo techo de paja donde con su esposa e hijas quinceañeras, cocinaban delicias muy tipicas que servían a los hippies y otros recién llegados sin necesidad de colocar ningun cartel anunciando restaurante o cantina, nada de eso. Con el olor delicioso ya era frácil deducir lo que alli podrían encontrar. Delicias innumerables condimentadas de hambre por tanto andar y andar hasta esa playa del fin del mundo.

En la enorme mesa , donde cabían cómodamente sentadas unas doce personas, se servían la típicas muquecas de pescado y camarones o cazuelas de cangrejo con huevos de tortuga que tenían un misterioso sabor a nueces o pistacho mezclados con la deliciosa salsa de tomates secos bañada por leche de coco además de pimienta en rama y otros secretos condimemtos que a nadie revelaban . Todo acompañado por frescas cervezas heladas bajo barras de hielo traídas diariamente desde el pueblo por Bacurá en una vieja carretilla que de tan desvencijada emitía ruidos como si fuera un tren en pleno movimiento u orquesta roquera bien heavy metal. Además de las famosas batidas, es decir, cachaza que en realidad es caña blanca, mezclada con limones, frutillas o lo que se pidiera.

Esa especie de restaurante casero e improvisado , escondía detrás un fresco cuarto con alfombras de paja enrolladas que oficiarían de colchones donde a veces se quedaban a dormir la mona algunos sibaritas que ya conocían ese paraiso y nunca faltaban.

No más de dos o tres personas como máximo, porque en verdad no había tanto espacio.

Sólo algunos jeeps llegaban casi hasta la entrada de la Aldea porque estaba prohibidísimo el ingreso de vehículos para que no contaminaran el lugar. Ni siquiera motos. Si venían era obligatorio dejarlas a casi un kilómetro detrás de los médanos. Solo un par de bicicletas de los ranchos originales que en total no eran más de diez, alineados uno frente a otro prolijamente de cinco en cinco , como espejos siameses, a la vera de un enorme y alto acantilado montañoso de blanquísima arena desde la que Mare y todos nosotros nos arrojábamos rodando hacia la playa hasta llegar, en el colmo del éxtasis, a la vera del indomable océano.

Mare afirmaba no conocer yoga más perfecto que salir corriendo desde el río siempre tibio , trepar la duna como tambien llamaban a la larga montaña o arenal siempre ardiente y splashhh...deslizarse hasta las olas del acechante mar.

Eso ya era costumbre coronada de risas y exclamaciones de placer incomparable. Todos al fin quedábamos morenos y mi larga cabellera dorada por el sol a la que Mare me enseñó a embadurnar con aceite de almendra que , al salir del frasco opaco y tomar contacto con el aire se secaba de inmediato dejando un rastro de luz tipo halo luminoso en torno a la melena larga ya casi hasta la cintura.

Bacurá, cuando desovaban las tortugas al amanecer, venía a avisarme despertándome a los suaves pinchazos con una caña para que corriéramos a cosecharlos. Parecían pelotas de ping pong pérdidas o abandonadas sobre algún lugar con yuyos donde el agua no llegaba. Teníamos que alzarlos rápido, antes que las tortugas regresaran esta vez milagrosamente rápido al vernos llevar sus futuras crías imposibles.

Pero ya era tarde. Ellas miraban con sus rostros de siglos como inquisidoras, mientras nosotros corríamos hacia otro espacio realmente encantado muy poco mas al norte de la inmensa playa donde las aguas del río y el mar se mezclaban armando una laguna efímera como una especie de oasis milagroso que aólo algunos privilegiados conocíamos y donde a veces Mare bailaba casi levitando mientras Agripino la filmaba en el colmo del éxtasis.

Ese domingo , mientras volvíamos con las canastas repletas hacia la Aldea, con Bacurá vimos que ya habían cuatro personas sentadas en la mesa de su casa- restaurante, seguro esperando para almorzar. Habían estacionado un coche lujoso y enorme , justo a la distancia permitida.

Por supuesto espiamos su interior. A mí, particularmente me llamó mucho la atención una especie de tiara de azares tipo velo de novia y la enorme cantidad de casettes con músicos de todo tipo, además de dos botellas de champan ya vacías y una caja cuadrada de telgopor donde se leía Confitería Campo Grande.

La placa era de San Pablo, los siempre ricos y pudientes que siempre llegaban y compraban artesanías o casi todo todo lo que los hippies les ofrecieran.

Justo en ese instante se levantó de la mesa un matrimonio simpatiquísimo no tan jóvenes , vestidos de lujoso sport , mientras otra muy joven pareja evidentemente de novios sentados muy juntos, se prodigaban mimos todo el tiempo..

Eran dos recién casados que en plena luna de miel habían llegado evidentemente con los padres de alguno para disfrutar del almuerzo ya famoso boca a boca en ese lugar paradisíaco.

La joven era muy parecida a su madre con veinte años menos . Igual, a mí no me srorprendía tanto ya que también soy el calco de la mi propia madre en versión gay, claro.

De él mejor no hablar. Su belleza resulta inenarrable. Ni rubio ni morocho, piel de seda oscurra, simplermente divino divino.

De pronto el padre como en un gesto de magia le ofreció una botella de whisky escocés a Don Joao quien, enseguida, hizo una seña al detectar a Bacurá para que quebrara la gran barra de hielo improvisando cubitos mientras buscaba unos enorme vasos de vidrio y el mismo servía no sin antes arrojar las primeras gotas de aquel seguro elixir sobre la arena para algún santo del que pronunció su nombre en voz muy baja.

Ya serían casi las once. Enseguida también abrieron dos botellas de cerveza y todos brindaron mientras la esposa de Joao servía unas brochetes , recién cocinadas sobre las brasas que Doña Graza, sin hablar pero improvisando gestos , les enseñaba a girar sobre una fuente con farofa o sea harina de mandioca tostada en aceite de palmera y ajos.

También ya habían rodajas tibias de pan casero para untar con pasta de caracoles, ostras, crema de palta y otras delicias. Todo mientras esperaban el plato prinicipal, sin embriagarse de inmediato.

Ya las ollas irradiaban sus respectivos y casi despiadados perfumes desde la cocina situada detrás del caserón, manjeada por Dona Graza y las mellizas que a cada rato irradiaban alguna estridente carcajada.

Aquella reciente y tan agraciada esposa parecía recién descubrir la batida de limón por los gestos y grititos tipicos , encantada.

Habia una mezcla de dos nacionalidades. Ella y sus padre provenían de Francia. El divino, no. Era una maravillosa esfinge masculina fumando su habano largo y fino , con esa mirada profunda de los hombres sublimes que ni siquiera parecieran tener la más mínima conciencia de su terrible belleza. Después supimos que había nacido en Roma, nada menos. Igual a esas estatuas colosales pero en carne viva y palpitante.

Por suerte, antes de salir temprano, yo había dejado mi negro poncho argentino sobre una de las hamacas . Bacurá corrió a traerlo por lo que me lo puse de inmediato para no parecer demasiado escandaloso con la tan diminuta tanga, mientras la señora Nadine elogiaba mis innumerables collares de caracoles de los que, enseguida, le regalé uno.

El marido, como supo que yo hablaba bastante bien francés me pidió oficiara de intérprete acercándome una silla hecha con troncos pero realmente cómoda. Acepté. De algun modo iba a oficiar de anfitrión.A mi juego me llamaron.

Mientras al mismo tiempo escuchaba que los novios ya habían decidido quedarse a pasar su noche de luna de miel en el cuarto trasero y como pagaban en dólares, Dona Graza de inmediato aceptó, no sin antes llamar a sus hijas para que comenzaran a preparar la improvisada suite matrimonial.

Alli noté la una enorme valija de donde los padres sacaron sábanas de satén y otros enseres como almohadas . Lo que más me encantó, fue aquel par de antifaces de sueño para los ojos.

De pronto, los recién casados, siempre de la mano, se fueron hacia el río a zambullirse . Sus padres ya estaban en malla y short muy cómodamente instalados.

Bacurá en voz baja avisó que desde el rio los recien casados me llamaban.

De un salto llegué hacia la orilla. Nadie más que ellos. Un milagro, porque a esa hora, casi siempre otros nativos e incluso caballos o pequeñas manadas de cebúes entrabana bañarse. Como era domingo, todos los hippies de las carpas estaban en diversos mercados del centro y volvían con el ómnibus nocturno.

El italiano Pietro, asi se llamaba, me preguntó donde podía comprar algo de marihuana. Yo tengo, le dije, les regalo unos porros, non problem.

Sin esperar respuesta corri hacia la choza y regresé con tres joinths que ya estaban armados. Todos fumamos sin problema, incluso ella que ya estaba risueña y encantadora desde las primeras copas.

Pietro me preguntó si habría algo para vender y yo para no contrarestarlo dije claro que si.

El pidió cien dólares. No tengo para tanto le respondí sin intentar esquilmarlo ni hacer negocio con ellos. Sólo si quisiera hongos de psilocibina recien cosechados. El tipo ya sabia de que se trataba y me confirmó la transa sonriendo casi de manera insoportable con esa bocota y dientes fabulosos.

Volvi a la choza , esta vez semidesnudo y sin usar el poncho porque ya era mediodía bajo un sol implacable.

No se porqué además de colocar en un pequeño frasco vacío, cuatro de los mejores hongos que quedaban , me arreglé un poco agregando collares de candomblé , gotas de perfume patchouli y varias pulseras de la India.

Ni pensaba en seducir a un recién casado pero igual, evidentemente quería estar espléndido para agasajarlos , en la medida que esto fuera posible.

Al regresar, el propio Pietro me chistó desde la mesa. Ya habían vuelto y alli estaban fumando marihuana como si fuera tabaco.

Eso ya era costumbre en la Aldea. El propio Joao incluso aceptaba del giro que hacían los porros. La única que se negó fue Nadine como ya dije se llamaba la señora o sea la suegra que, eso si, bebía con placer alternativamente Whisky y cerveza. Algo que jamás hubiera visto

De pronto, bajo la mesa, siento una pesdada mano tibia que me toca y era la de él. Claro, lo de los hongos no podía ser tan evidente , tampoco la pavada. Le entregué el frasco con el mayor disimulo y Pietro l, de nuevo al tantear volvió a rozarme las rodillas mientras yo simulaba que se me habia caido una pulsera para tomar los cien dólares.

El banquete nupcial no podía ser más exquisito. Seguimos disfrutando varias horas.

Incluso de la nada, es decir, desde l coche estacionado, apareció un gran pastel de almendra con forma de corazón. Sacaron fotos.

Los novios felices y Lily , es decir la joven esposa, reía conmovida al mismo tiempo con lágrimas en los ojos.

A esa altura ya éramos compinches. El banquete estaba terminando mientras llegaba un café fuerte y delicioso además de champán interminable para brindar, brindar, brindar.

De pronto el tema era la enorme luna llena que ya casi dorada a eso de las 18 horas comenzó a irradiar sus luces vampiras porque eran robadas del sol que se estaba ocultando cada vez más de prisa.

Los suegros anuncian su partida. Se despidieron mientras pagaban aparte al propio Joao, como corresponde.

El coche partió y volvimos a la mesa. Como ya estábamos solos , El Divino al fin me habló de los hongos. Pensaba utilizarlos cuando anocheciera y fueran hacia el lecho nupcial. Le sugerí que solamente comieran dos y despues de un par de horas el resto, segun como viniera el viaje.

Le pareció perfecto . De pronto yo también me estaba despidiendo rumbo a mi choza que quedaba a escasos treinta metros . Como siempre, Bacurá ya había desaparecido.

Todo estaba en el mejor alto astral como dicen los hippies, algunos de los cuales se veían regresando de su domingo artesanal desde la ciudad repleta de turistas.

Al entrar en la choza busqué la radio portátil que en esos tiempos transmitía musica FM sin avisos. Quedaban solo dos hongos, tomé uno y comencé a tragarlo lentamente. Bob Marley sonaba casi todo el tiempo.

Ya la luna llena brillaba con tanto furor que la aldea parecía en pleno mediodía.

Me recosté sobre la red de Agripino mientras las escamas plateadas de la luna llena , rebotaban como un juego de reflejos fabulosos sobre la blanca arena.

El hongo venía suave y al mismo tiempo alertand0 que quizás debiera dormir un poco. De inmediato entré dentro de un sueño típico de trance y embriaguez . Poco tiempo después sentí la mano de Bacurá llamándome con suaves toquecitos en la espalda.

Me desperté y por la radio logré oir que ya era mediancohe.

Bacurá que pasó, pregunté entre dormido y alucinado.

Pero en realidad era Pietro.

Alli estaba el coloso necesitando algo. Toda la charla que inciamos fue puramente telepática. Lo único que me contó es que su media naranja se había dormido muy profundamente. Y no pudiste despertarla, pregunte. No..ni quise...mejor así, me respondió con su mirada hechizadora.

Algo extraño capté mientras lo vi sentarse en la ventana. Semidesnudo con su magnífico cuerpo plateado por la luz de la luna , aun mas supremo que una estatua de Michelángelo. Esa sonrisa ambigua y su larga mano acercando mi hamaca hacia él. Para no caerme, enseguida bajé de un salto y ya estaba en sus brazos casi pegoteado por sus labios sobre los míos con el corazón a punto de estallar como un tambor.

Entramos en la choza rápidamente , para que nadie nos viera.

Del resto no puedo ya ni hablar.

No existe lenguaje capaz de trasnmitir el placer indecible de esa hora siguiente.

Cuando el mambo de éxtasis y mil placeres comenzó a aplacarse, salimos rumbo al mar.

Bajamos del médano sin pòder creer lo que nos estaba sucediendo. Pero la luna parecía un faro especialmente dispuesto a delatar tanta belleza apasionada.

Era un reencuentro de otras vidas pasadas o mejor, quizásfutura.

Esa propia luna vampira pareció apiadarse por permitirme divisar desde lejos a Bacurá bajando apresurado.

Al llegar nos avisó que Lily, ya despierta , lo estaba buscando.

Le pedí que corriera a contarle donde estábamos.

Donde?

Allá en la conjunción de mar y río esperando el ya cercano amancer.

Corrimos luego de vestirnos con ambos shorts que por suerte habíamos dejado sobre unas rocas de la orilla.

Nos sentamos muy alejados uno del otro mirando hipnotizados hacia la luna cada vez mas implacable.

Enseguida se escucharon las risas y voces de Bacurá con la esposa al fin recuperada.

Ella jamás sospecharía nada, segun Pietro antes murmurara, quizás para calmarme lo cual evidentemente era real.

Estás mejor lo escuché preguntar .

Lily corrió a guardarse entre sus brazos.

Yo aun hoy, después de tanto tiempo, no puedo creer que esto haya sido realidad.

Pero fué escrito , eso sí , para volverlo perpetuo.

Nada menos...


Ilustración: Malena Biangardi

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